Kill All the Bacteria!


Como tengo menos tiempo (y fuerzas) para escribir os dibujo una escena corta, casi una foto (quiero puntualizar que el hecho de que intuya que se agradezca por parte del sufrido lector no tiene nada que ver: ni una concesión al márqueting, faltaría más, yo soy un artista):

Sí, sí, cinco estrellas, sí.
Imágenes de mi primer empleo miserable en Londres. Sinopsis - Un hotel de cinco estrellas es un sitio limpio y fiable donde puedes comer tranquilo un plato por un precio ridículamente abusivo, ¿no? Escena - Una sala de eventos modernamente decorada y llena de casetuchas de esas de arquitectura efímera, todo poliuretano y pegatinas de vinilo con eslóganes ocurrentes. Como veis al fondo hay un ventanal que ocupa toda una pared con una vista prescindible del tráfico de Londres, las mesas son funcionales pero suntuosas y el suelo es de moqueta. Se celebra un congreso (digamos que de contenido indeterminado) y el lugar está todavía desierto. Ahora imaginaos el backstage, lo que no ve el público. Pasad por una  doble puerta batiente y veréis, ya sin parafernalia ni letras sofisticadas, un pasillo larguísimo que comunica la sala con una cocina inmensa, para cientos de comensales. Apoyadas contra la pared hay unas estanterías metálicas y anchas llenas de platos, vasos y cubiertos limpios, recién salidos de los lavavajillas industriales. También se acumulan contenedores de plástico de distintos tamaños, grises o blancos, con más platos de postre, de café, jarras, tenedores. Son las ocho de la mañana y los cocineros se hacen bromas en algún idioma eslavo mientras un manojo de camareros se dedica al polishing del que ya os hablé en capítulos anteriores. Si os fijáis estoy yo sentado en un cajón, dándole al trapo húmedo como un buen soldado. Estoy con un húngaro bendecido con una calva de padre y un tipo de Manchester, cuya madre claramente fumaba durante el embarazo. Crack, fumaba. Sentaos a nuestro lado, con legañas como panes de pueblo y observad esto: Entra uno de los managers del servicio, acelerado, coge una botella de desinfectante industrial: el líquido es rosa fosforito, en la etiqueta hay pequeños cuadrados negros y naranjas con letras blancas, teléfonos de emergencia en caso de ingesta involuntaria y una equis amarilla bastante grande. Es un producto de limpieza de los que puedes elegir entre ponerte guantes o quitarte la piel poco a poco, porque además es corrosivo. En la etiqueta pone: usar con guantes. También pone: aclarar abundantemente con agua, comprobar el efecto en una pequeña parte de la superficie que no se vea antes de aplicarlo de manera general. Lo empuña y con una risa maléfica rocía todos los platos, todos los vasos y todos los cubiertos al grito de kill all the bacteria, kill all the bacteria. Ala, y vosotros a pulir el instrumental que ahora ya está húmedo sin necesidad de agua caliente. Quizá deba insistir en el detalle de que esos son platos limpios, que ya han pasado por el lavavajillas y que no van a volver hasta que los huéspedes los hayan vuelto a ensuciar despreocupadamente.


el post visto por @SaraMarcos4. Eres grande, chica.


Vale, vistas así dan asquete, pero, ¿estamos todos locos?
A ver, my friend, pedazo de hotentote, las bacterias son unos simpáticos microorganismos que viven por millones en tu cuerpo sin molestarte especialmente y que, de hecho, necesitas para muchos de los procesos digestivos. En todo caso no se me ocurre qué bacterias potencialmente dañinas pueden salir vivas de un lavavajillas industrial. Pero no, mejor matemos a las bacterias llenando los vasos y los platos de plomo, metales pesados, ácidos de nombres heptasilábicos... luego pongamos alguna delicatessen con, por ejemplo, salsa de arándanos y alentemos a los comensales a que mojen pan en tu desinfectante industrial y se lo beban en el café. Así podemos seguir la acción corrosiva y desinfectante desde dentro de los clientes, que la calidad del hotel les acompañe hasta la tumba. Literalmente. Eso sí, bacterias ni una, oiga. Yo por mi parte voy a comer en un plato de papel, gracias.


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